La Travesía de hoy llega desde Chile 🇨🇱 y la escribe Valeria Steffens, mentora en Laboratoria y fundadora de Montaña Partners
Algo que nos une a todas las personas es nuestra incapacidad de escoger las experiencias dolorosas que nos tocan vivir. Nos llegan sin previo aviso; nos atraviesan y nos cambian. Transforman nuestra forma de estar en el mundo y de decidir cómo queremos vivir. Y digo “decidir” porque aunque no podamos elegir lo que nos pasa, sí podemos elegir cómo transitarlo. Como dice Haruki Murakami: “El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional”.
Viktor Frankl sostenía que en la esencia del ser humano está la necesidad de evolucionar, de avanzar, de buscar ser mejor. Algunos autores espirituales, como Brian Weiss, incluso dicen que antes de encarnar elegimos las experiencias que nos harán crecer, y que el libre albedrío está en cómo las vivimos. Otros, como Jean-Paul Sartre, creen que inventamos estas narrativas para sostenernos en momentos complejos, y que de ahí nacen religiones y doctrinas como formas de soporte.
Sea como sea, el dolor existe. A todos nos pasa.
A mí me pasó cuando llegó algo que nunca estuvo en mi mapa. Esa frase que tantas veces había escuchado —“Uno nunca piensa que te va a pasar a ti, hasta que simplemente te pasa”— dejó de ser teoría.
Mi hija tenía un año y diez meses. Habíamos tenido un día precioso en el zoológico, y esa noche, de la nada, comenzó a convulsionar. Yo nunca había visto una convulsión - no sabía ni qué era. Desde ese instante, comenzó una ruta de ascenso a una montaña totalmente desconocida, incierta y llena de miedo.
Han pasado ocho años desde ese día en que se me quebró el mundo. Con ese quiebre, además, se desarmó también la persona que creía tener la vida controlada en la palma de la mano. Ese año pasó de todo. Casi se incendia mi casa después de una nevada inédita en Santiago; sufrí un portonazo y me robaron el auto conmigo adentro. Todo en un lapso de cuatro meses. Mientras tanto, la vida seguía: dos hijas que cuidar, un emprendimiento que empujar, una salud mental que sostener. La vida me puso en jaque. Yo no escogí nada de lo que me pasó.
Las lecciones del quiebre
Aprendí que el control es una ilusión. Que la vida puede girar de un momento a otro, sin aviso, y que lo único real es lo que decides hacer con lo que tienes. Ese quiebre fue el empujón para replantearme mis prioridades, valorar el tiempo y, sobre todo, reconciliarme con la incertidumbre.
Aprendí que vivenciar el amor sana. No hablo de un amor romántico, sino del amor genuino que se siente en los gestos, en las manos que se tienden, en la compañía desinteresada. En esos 25 días en la UCI, las cadenas de oraciones de distintas religiones, los mensajes, las flores, las cartas y chocolates eran lo que me levantaba cada mañana. Sentía que me sostenía una energía superior, imposible de describir con exactitud.
También confirmé que la sabiduría interna supera a la ciencia y a la razón. A pesar de diagnósticos desalentadores, algo en lo más profundo me decía que mi hija saldría adelante. No era negación, era certeza. “Al final, uno siempre sabe”. Acceder a esa voz requiere silencio interno y conexión con uno mismo.
Con el tiempo entendí que el cuerpo y la emoción son indivisibles. Cuando mi hija empezó a mejorar, mi cuerpo empezó a enfermar. Estuve meses con un dolor de espalda sin causa aparente. Fui a varios especialistas sin buenos resultados hasta que llegué donde una terapeuta china que me miró y me dijo: “Tu cuerpo ha sostenido mucha pena, vamos a dejar que la suelte”. Tuve un par de sesiones con ella en donde la mayoría del tiempo lloraba. Luego de tres sesiones, el dolor desapareció.
Vi cómo un solo movimiento puede transformar todo tu universo. No solo mi familia cambió: también quienes orbitaban alrededor. Todos, en mayor o menor medida, se movieron con nosotros.
En medio de todo, encontré en la naturaleza un lugar de reconexión. Al principio escapaba al jardín; luego, a un cerro cercano. Primero era huida, después, un espacio de recarga. Caminaba, respiraba con pausa, escuchaba los pájaros, olía los árboles. Ahí aprendí que no hay mal que dure mil años: siempre, de alguna forma, el sol vuelve a salir.
Hoy mi hija no tiene secuelas. Contra todo pronóstico, vive plenamente. Durante casi cuatro años transitamos controles, hospitalizaciones y tratamientos. Hubo un tiempo en que imaginar este presente para ella parecía impensable. Hoy no sé qué traerá el futuro, pero agradezco profundamente la posibilidad de tenerla cerca, de verla crecer y explorar la vida. Esta enfermedad no solo cambió mis circunstancias: me transformó por completo. Y aunque he aprendido mucho, no salí convertida en una “super mujer” con todo resuelto. Sigo en construcción, caminando desde una nueva mirada, más conectada con quien soy y con el propósito que me guía.
Al principio, sentí que lo que vivía era un castigo. Me repetía que me había “ganado la lotería” en tono irónico. Más aún cuando descubrimos que era una enfermedad genética rara, que nadie más en la familia tenía. Con el tiempo entendí que sí me había ganado la lotería: me regaló una nueva mirada de la vida, resignificó mis vínculos y me ha permitido reinventarme en muchos ámbitos (ninguno exentos de dificultades y dolor- por cierto). Confirmé algo que había leído muchas veces, pero solo entonces comprendí:
"No soy lo que me pasó, soy lo que elijo ser". — Carl Jung
Hoy, desde la creación de Montaña Partners, sostengo la tesis de que somos lo que queremos ser. Y ahora te pregunto a ti, que estás leyendo: ¿quién quieres ser tú?
Un abrazo,
Valeria
Valeria, siempre te estaré profundamente agradecida por este texto. Me resultó como bálsamo en medio de una situación triste y muy pero muy difícil. Hace 8 semanas nació mi primer bebé, Joaquín y con su llegada se apareció mi diagnóstico de artritis reumatoide. Mi vida cambió completamente y leer tu convicción y certeza me recordó que todo pasa y que estaré tan bien como necesite para vivir mi vida y disfrutar el caótico y transformador proceso de maternar.
Hola Valeria! Gracias por tu historia resino muchísimo conmigo por mi historia con el cáncer. Concuerdo que nosotras podemos elegir sufrir o no. Pd. Vivo en Chile sería lindo coincidir por un café 💜