La Travesía de hoy llega de Perú 🇵🇪 y la escribe Vero Vargas Soto, consultora en gestión del cambio y liderazgo, y mentora en Laboratoria
Hace unos meses comencé a pensar en cómo había cambiado mi relación con la tecnología a lo largo del tiempo. Todo comenzó con discusiones familiares. Tengo una hija que tiene 12 años y, desde hace un buen tiempo, me pide tener un celular. Este pedido ha sido para mi un tremendo desafío. Me ha hecho leer mucho, hacer varios exámenes de conciencia, analizar mis hábitos y revisar mis prioridades en la vida.
Para mí, el celular era antes una herramienta para hacer una llamada, mandar un mensaje, hacer un cálculo rápido o una búsqueda eventual en Google. Pero en los últimos años, casi sin darme cuenta, pasó a ser parte de mí. Es mi memoria cada vez que tengo que comprar un medicamento. Mi soporte para sustentar una idea. Es mi guía para lidiar con el tráfico, mi estructura para saber qué debo hacer cada día, mi música para relajarme, mi coach para meditar.
He intentado recientemente dejar el teléfono a cierta hora de la noche para desintoxicarme, pero es difícil. Pienso, aunque conscientemente sé que es poco probable, que alguien en mi entorno cercano podría tener una emergencia y necesitarme. Me cuesta dejarlo porque ahí está la receta que necesito para cocinar, o la música que quiero escuchar. Pero además me es difícil porque ahí está el video que mi hija quiere mostrarme, y también encuentra ahí la información para el viaje que queremos organizar. Pienso, además, que es el único medio para conversar con la familia u organizar algún plan con amigos para el fin de semana. No ayuda reconocer que la tecnología es mi brazo derecho en el trabajo, por lo que su uso de 9 am a 6 pm es absoluto.
El impacto cognitivo de nuestros celulares
Pensando en comprar el celular que mi hija pide, me puse a leer sobre los efectos que la tecnología tiene en las personas. Confieso que leí varios libros, vi muchos videos, pero sobre todo tuve que hacer un trabajo personal, de autoconocimiento. Al inicio me daba mucha ansiedad enfrentarme a lo que aprendía y me daba cuenta que el problema no lo tenía aún mi hija, sino principalmente yo.
Una de las cosas que comencé a analizar es mi forma de trabajo como independiente en consultoría. Tengo varios clientes de programas y talleres, cada día tengo algo nuevo, distinto al día anterior. Trabajar con la laptop y el celular en simultáneo y con varias ventanas abiertas en cada uno ha aumentado mi multitasking. Me siento una bala por trabajar en varios proyectos a la vez, pero la verdad es que ha reducido mi atención y retención de información. Cada campanita que suena me distrae y solo ver que la pantalla se prende con un mensaje o incluso, saber que el celular está a mi costado, me hace estar pendiente de él. Por otro lado, he notado que necesito algún dispositivo para recordar cierta información (por ejemplo, direcciones, las reuniones que tendré o el nombre de alguna persona con la que trabajo). Me he vuelto dependiente de buscadores y eso disminuye el esfuerzo de codificación, afectando la consolidación de aprendizajes.
Algunas veces, cuando estoy cansada, veo redes sociales para relajarme y siento que los videos constantes y continuos me ayudan a “desconectarme”. Paso de ver videos de crianza a fotos de un bosque, luego noticias, quizá una propaganda de una maleta que buscaba o de una crema que necesito. A pesar de la sensación de aparente desconexión que me engancha, hoy sé que ver información fragmentada genera saturación y limita la organización de ideas. De hecho, al poco tiempo suelo no recordar qué vi en redes en los 15 minutos en que estuve imbuida en videos. Si descansé o no, es otro tema. Físicamente estuve sentada, pero es cierto que mi cerebro no bajó la cantidad de estímulos que recibió.
Si me preguntan si dí un siguiente paso para pensar críticamente en lo que vi, realmente estuvo fuera de mi alcance, más aún si el algoritmo me lleva a ver información muy similar a la que he estado viendo en los últimos días. Básicamente, hacer una lectura rápida o escanear información en pocos segundos no me ayuda a cuestionar para afirmar si lo que veo me aporta o no. Además, lo que veo refuerza mis ideas y también mis sesgos inconscientes. Por ejemplo, tengo una tendencia a pensar que la ciencia y los influencers de universidades prestigiosas tienen la razón, y que las mamás que tienen ideas de crianza como las mías, realmente saben de lo que hablan.
La dificultad del autocontrol
Las redes sociales son una fuente extraordinaria de información y la IA un tremendo espacio para la ideación. Me ayuda a obtener nuevas ideas para resolver ciertos problemas, me hace sentir más creativa. Pero reflexionando sobre cómo he llegado a mis ideas más importantes, tengo marcado que la idea de una startup que armé tomó forma en la playa, justo entrando al mar. Otra buena idea de un proyecto de aplicación de la IA al desarrollo de liderazgo vino de una larga conversación con buenos amigos y algunos vinos. Las nuevas ideas necesitan integración cerebral, quizá aburrimiento, quizá experimentación, quizá intercambio, quizá sensaciones físicas distintas - no solo pantallas.
Me doy cuenta que tengo varios tiempos “muertos” en el día, en los que me parece inocuo usar tecnología. Por ejemplo, para mí los semáforos en rojo, mientras manejo, son minutos en los que puedo “ganarle tiempo al día”. ¿Qué veo en el teléfono en esos segundos? No lo recuerdo exactamente. A veces, respondo mensajes de whatsapp, otras veces cambio de música. En algunas ocasiones un link en whatsapp me lleva a un video tras otro en IG. Y es que cada mensaje que recibo parece una recompensa de interacción. Y cada like en un post en redes sociales me incita a verlo. Pero por la manera como funciona la dopamina, me doy cuenta que al inicio disfruto cada like, pero rápidamente quiero más y más. Esto me hace más difícil el autocontrol. De pronto, a los pocos días, el hábito ya está formado. El semáforo se convierte en un tiempo de dopamina, para trabajar y reducir los pendientes, pero también para seguir pegada al dispositivo.
Hoy diría que mi relación con la tecnología es un poco tóxica, aunque es muy similar a la que tienen otras personas de mi entorno. Me recuerdo también que es así, porque las aplicaciones en nuestros celulares están diseñadas precisamente para mantenernos en ellas. Me es difícil accionar al respecto porque siento que la tecnología me hace más eficiente, más organizada, aunque quizá esto no es tan cierto. No dudo que me aporta, pero me pregunto cómo quiero seguir relacionándome con ella a futuro.
Las discusiones sobre si mi hija debe o no tener celular aún siguen. Pienso que si a mí me cuesta tanto regular el uso, es difícil pedirle que ella lo haga. Mi mayor desafío está en aprender a desconectarme y ponerle límites a la tecnológica para darle un buen ejemplo.
Y tú, ¿cómo definirías tu relación con la tecnología? Y fuera del pensamiento, ¿cómo te impacta a nivel emocional? En otro post, seguimos con esto.
Vero
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