La Travesía de hoy es de Cheska Patow, mentora en Laboratoria, coach, consultora en liderazgo y muchas grandes cosas más. Es 🇵🇪 viviendo en 🇨🇴.
Mi mente no siempre es un lugar seguro. Y sospecho que la tuya tampoco. Joe Dispenza dice que nuestros pensamientos, ya sean anclados en el pasado o proyectados hacia el futuro, moldean la química de nuestro cuerpo. Estos pueden ser habilitantes o deshabilitantes. Pueden abrir posibilidades o limitarlas. Pueden impulsarte o frenarte. Y aquí está la pregunta incómoda: ¿cómo elegimos con sabiduría qué sembrar en nuestra mente?
Me pasa que mi mente no es un lugar seguro cuando me pierdo entre la realidad y las historias que me cuento. No es un lugar seguro cuando me dejo arrastrar por tormentas irracionales de miedo, frustración o inseguridad. No es un lugar seguro cuando el ruido de mis pensamientos no me deja en paz. Tampoco lo es cuando me dejo llevar por la tentación de Instagram, LinkedIn y me meto en un “rabbit hole” del que es difícil salir. Me atrevo a decir que todas hemos sentido eso en algún momento.
Por eso les comparto la metáfora de Natalia Lafourcade, una artista que admiro mucho, en una charla que me movió y cuestionó. Habla de la importancia de cultivar nuestro jardín interno.
Como dice Natalia:
Si queremos conectar con la esencia que brinda felicidad al alma, debemos apagar las distracciones de fuera y buscar en la cotidianidad, en el silencio, en los pequeños momentos que nutren nuestro jardín interior y que riegan nuestro corazón y nuestra mente.
Dos experiencias de silencio, dos Cheska
En 2016 decidí ir a mi primer retiro de meditación Vipassana de diez días. Lo justifiqué diciéndome que quería aprender a meditar, pero en realidad estaba en un momento “breaking point”: terminando una relación amorosa, aceptando un nuevo rol profesional y mudándome de Perú a Chile. Una nube negra me rodeaba. No me sentía bien, pero tampoco era tan consciente de que me sentía mal. El silencio me confrontó con mis luces y mis sombras (y tremendas sombras). Uno de los aprendizajes más profundos de esa experiencia fue conocer el concepto de la “impermanencia”: nada es para siempre, ni lo que duele ni lo que alegra. Comprender, aunque sea un poco, que los pensamientos y emociones son transitorios fue liberador. No significa que lo haya dominado —sigo fallando —, pero desde entonces intento recordarlo una y otra vez.
Nueve años después, hace unos días, volví a un retiro de tres días. Esta vez no lo hice para huir de un dolor, sino para escucharme. Ha sido un año lleno de movimientos: amigas embarazadas o mudándose de país, cambios laborales y despidos masivos a mi alrededor, la partida de mi Mamama de 96 años, etapas que terminan y otras que se abren. Ese movimiento externo me hizo preguntarme si yo también quería mover algo en mí; si quería aprovechar la ‘energía del cambio’. Empecé a notar en mi mente voces como “no estás avanzando lo suficientemente rápido”, “quiero transformar algo pero no sé qué”. Caí en ese loop tóxico de productividad con el que tanto he intentado reconciliarme, y en respuesta decidí regalarme silencio. Quería habitar el silencio para sentir, celebrar, mirar(me). Dejar que la soledad se convirtiera en maestra. Como dice Osho:
Estar solitario es la ausencia del otro. Soledad es la presencia de uno mismo.
Volver a Vipassana me permitió abrazar a la Cheska de 2016 y decirle: estamos mejor y lo estamos haciendo bien. Tenemos más conocimiento, más calma, más herramientas y más claridad para observarnos. Y es que de eso se trata: de usar lo aprendido, de equivocarnos y volver a empezar, de seguir cultivando ese jardín interno. Claramente toca seguir haciendo la tarea “juiciosa”, como dicen en Colombia (una de mis palabras favoritas 🤪), porque la magia está en seguir practicando cada día con paciencia y cariño.
Escuchar(se) para escuchar
Lo más poderoso que descubrí en esta última experiencia fue la importancia de la escucha objetiva. Escuchar mis propios sentipensares -ese entrelazado de lo que siento y pienso-, discernir qué me pertenece y qué es ruido. Escuchar con paciencia, primero a mí misma, y luego a los demás. Porque no podemos escuchar de verdad a otra persona si no sabemos escucharnos primero.
También descubrí lo mucho que había descuidado el cómo y el por qué. Le estaba dando demasiado peso al qué hacía: a las tareas, los resultados, los pendientes. El silencio me recordó que la vida también se juega en el proceso, en la presencia del cuerpo, en la pausa que me permito en un mundo que insiste en la inmediatez.
Estamos en un momento en que “todo es para ya” (y me incluyo). Atrás quedaron los días en que una hacía la fila presencial horas antes para comprar sus entradas al cine y asegurar su sitio. Hoy, casi casi tenemos todo a un click. Y eso me asombra y me perturba al mismo tiempo. En ese contexto, cultivar paciencia y silencio se siente casi contracultural, pero es precisamente lo que más necesitamos.
Esa pausa no necesariamente requiere un retiro de silencio. Puede estar en escribir en un diario, en mirar el mar, en caminar por la montaña o simplemente en unos minutos de quietud al final del día. El silencio, si lo buscamos, siempre está disponible, y conectar con esa verdad es mágico.
Lo que esto tiene que ver con liderazgo
Escuchar en serio es un superpoder en un mundo lleno de ruido. Y no hablo solo de oír palabras: se trata de reconocer silencios, emociones y necesidades ocultas. En lo colectivo, escucharnos permite salir de la cámara de eco y abrirnos a puntos de vista distintos. Nos permite colaborar mejor, transformar conflictos y, sobre todo, conectar con humanidad.
Como mujeres que lideramos, que construimos, que navegamos vidas complejas, necesitamos recordarnos que el primer paso es escucharnos a nosotras mismas con honestidad. Solo desde ahí podemos escuchar al otro con empatía y sin defensas.
Para cerrar, te dejo tres preguntas que pueden acompañarte en esta travesía. Yo estoy intentando que me acompañen en la mía.
Escucha interior: ¿Qué historias te está contando tu mente hoy, y cuáles de ellas merecen ser cuestionadas para darte más paz?
Escucha colectiva: ¿Qué cambiaría en tus relaciones si escucharas con más paciencia y curiosidad, sin buscar tener la respuesta inmediata?
Impermanencia: ¿Qué situación que hoy parece abrumadora podría transformarse si recuerdas que nada es permanente?
La mente no siempre es un lugar seguro, pero con silencio, paciencia y compasión podemos transformarla en un jardín donde encontremos un refugio que nos recuerde lo increíble que somos y lo bonito que es no tener todo resuelto.
Un abrazo,
Cheska
Precisamente para aprender a manejar nuestra conversación interna, pronto tenemos un conversatorio gratuito en Laboratoria con Lore, otra crack de cracks en estos temas. ¡Las esperamos!